Gárgolas insomnes

Abril 30 de 2008

Enanismo magno

Lo padece este planeta que no es nuestro, este mundo que no es nuestro, este país que tampoco es nuestro. Cuanto mayor es el poder, más enano resulta quien lo tiene, lo detenta, lo ejerce. Decía Mao que vemos grandes a los tiranos porque estamos de rodillas ante ellos. Eso es un lugar común, al que yo agregaría: el tamaño del tirano es inversamente proporcional al de su tiranía; el tamaño humano, político, ético, moral... Ejemplos abundan y hasta sobran, desde Calígula o Nerón hasta Bush el pequeño (sobran), desde los dueños de la empresa privada que llamamos México hasta la plaga infrahumana que infesta el edificio donde vivo. Un poder tan grande como el de George Wácala Bush no podía menos que acabar de enloquecer a un ser microbiótico y demente de por sí. Como su émulo de tercer mundo, Felipe el espurio hace perfectamente el papel de enano por antonomasia. La ciudad más grande y contaminada del mundo está secuestrada por una turba de enanos erigidos en columna bertebrard de parapléjico jorobado. En proporción inversa al tamaño de esta ciudad, la mafia que ocasiona el infinito caos en que vivimos es infinitesimal. Cuanto más diminuto es alguien, más grandes son sus estupideces. La onda Ebrard (que las obras afecten a la mayor cantidad posible de gente) es el colmo de la irracionalidad, el ejercicio del poder llevado al extremo de la imbecilidad, la estulticia demencial; es la magnificencia del enanismo, porque además del desquiciamiento urbano, además de los trastornos causados cotidianamente hasta nuestra máxima capacidad de tolerancia, hemos padecido la máxima capacidad de autoengaño en ellos, nuestros captores, una megalomanía similar a la de Hitler en su bunker ante la inminencia de la contundente derrota; así es la onda Ebrard ante la evidencia del rotundo fracaso: ebriedad de autoelogio y autocomplacencia, espejo metafórico del rey con un traje que solamente él podía ver, ebrierard o el síndrome de Foxilandia a escala defeña y en amarillo.

La misma vocación de irrealidad vemos en casos que solo varían de tamaño y, por lo demás, son idénticos. El secuestro del país, de la ciudad, de la Cineteca Nacional... Los enanos que despedazaron el piso histórico de la Cineteca Nacional, de losetas con nombres de personalidades entre quienes, obviamente, no figuraba ningún Leonardo García Tsao, no son menos brutos y destructivos que los bándalos al servicio del chacal Ulises Ruiz, quienes incendiaron edificios públicos con un valor histórico para tener de qué culpar a la APPO (cabeza que no piensa, embiste). La estatura de los enanos que proyectan las películas en la Cineteca Nacional con la sensibilidad de un burro en una cristalería es inversamente proporcional a la estatura de quienes realizaron esas películas. El sindicato criminal de enanos inamovibles de los cuartos de proyección es una mafia insignificante y miserable que nunca ha visto una película en condiciones dignas porque sabe tanto de cine como de dignidad. Su noción de la Cineteca Nacional es la misma que tienen las cucarachas del edificio que infestan.

El enanismo magno autosabotea todo proyecto que rebase la capacidad mental de un microcéfalo para concebirlo, entenderlo o, por lo menos, verlo desde lejos (una cucaracha tendría que alejarse demasiado de un edificio para verlo y, en vez de eso, llevaría su ignorancia a otra coladera), como hizo la horda advenediza de Filosofía y Letras de la UNAM con el Frente Zapatista de Liberación Nacional, o como hicieron los patrones de Cafetlán y como pretenden hacer ahora sus "trabajadores", grupúsculo encabezado por una enana que, después de fracasar estrepitosamente como directora en la Casa de la Cultura del Centro Histórico, acabó de mesera con harta "degnidad"; este enanísimo personaje, que tiene dos nombres, dos edades y dos caras, según convenga, se dice ahora estudiante de la UNAM y pide aportaciones de diez mil pesos para su propio Cafetlán; tampoco estuvo a la altura de un auténtico foro de discusión en internet (cosa que no existe más que en mi imaginación). La diferencia entre lo que yo concebía como un foro de discusión en internet y la realidad es la misma que hay entre un edificio y un nido de cucarachas.

El enanismo magno, en el caso de la peste que infesta el edificio donde vivo, asume su "administración" como coto de poder minúsculo para gente diminuta que cree crecer al tenerlo, ejercerlo, detentarlo; por lo menos le sirve como terapia de "superación personal". El enano se sube a un ladrillo y se marea, se emborracha. Ebrio de poder, no hace más que cometer estupideces y hasta delitos, con la misma impunidad que Ebrard y su pandilla o Felipe el espurio y su ejército de violadores y torturadores. El enano se inviste de una autoridad que nadie más puede ver (por eso se llama poder), como el traje invisible del rey, como la "degnidad" de los "trabajadores" de Cafetlán, ahora vividores de la solidaridad envilecida, prostituida al más puro estilo salinista, como la "modernización" de la Cineteca Nacional, que terminará copiando en DVD todo el cine de carrete y después quemándolo, como la onda Ebrard, también llamada ebrierard, que excluye toda posibilidad de planeación básica, elemental, de proyección lógica y mínimamente inteligente, racional, o como el laboratorio de tiranosaurio rex en Oaxaca, donde el estado de excepción quiere ser la regla general en el país con Fecal uniformado cuando exista ropa militar de su talla (la de sus hijos le queda grande).

Los que se sienten aludidos cuando uno dibuja miniaturas caben en una botella de cerveza o una cajetilla de cigarros, y desde allí, desde muy adentro, desde el fondo de la descomposición humana, aturdidos y embrutecidos por el poder que los desborda, alucinan que gobiernan un planeta en el que todos los demás de su especie le conceden la razón a la demencia y prenden el televisor o una veladora. La televisión, la religión y el futbol son el opio y el circo de los enanos en masa. Eso es el enanismo magno.

[] Iván Rincón on:of

Abril 17 de 2008

Por razones familiares, crecí escuchando a Los Hermanos Rincón, a Cri Cri, a María Elena Walsh en su faceta infantil... hasta que me rebelé y cambié todas esas niñerías por el Rock & Roll mexicano en su época de influencia gringa más acendrada. Cuando mi papá entendió cuan inútil era pretender que su música me interesara, probó pedirme una idea para hacer su propio rock; entonces le propuse y me puse a cantar: "¡Este era un changuito que bailaba el rock! ¡No era muy bonito, pero era el mejor!"

Aquello tiene el precedente de una pequeña canción que compuse a los cinco años de edad. Además del estribillo, tenía tres versos, uno para cada color del semáforo, pero esa se las canto cuando nos veamos, para que pueda golpearl@s si se burlan... bromas aparte, lo que pasa es que la música es mejor que la letra.

Después opté por descomponer canciones: "Gracias a la vida / que me ha dado lo máximo / me dio tres canicas / y una bolsa de plástico / unos chuchulucos / y unos cacahuates / para compartir / con todos los cuates". Años más tarde, José Luis Perales estaría de moda con su canción ¿Y cómo es él?, que también tendría su parodia, pero esa era tan asquerosamente obscena que mejor se las dejo en la imaginación.

Hasta ahora que escribo sobre mi relación con la música, recuerdo que acompañé a mi papá con la redova en la peña El Cóndor Pasa (San Ángel) y, seguramente por algún cachondeo típico de mi papá, yo estudiaría percusiones para tocar la batería con Los Hermanos Rincón o mi propio grupo de rock. Puras ocurrencias chaqueteras que nadie se tragó, salvo el tío César, que siempre tuvo una noción muy otra de la gente y especialmente la familia, el mundo y especialmente su mundo...

El caso es que crecí (no mucho, pero crecí) y un día me puse a escribir la letra de una canción para niños. Decía: "Yo conozco un gato / con cara de perro / que después de un rato / parece becerro / con cuello de pato / y en él un cencerro". Entonces le pedí a mi padre que le pusiera música, pero en vez de música, le agregó: "Y es el burro flaco / que bajó del cerro", por lo que decidí nunca jamás volver a escribir letras de canciones infantiles y mucho menos pedirle a mi papá la música.

Eso también tiene un precedente. A principios de los ochenta, Valentín me propuso crear un movimiento musical entre irreverente y subversivo, y poner a bailar en calzones o con los pantalones rotos a unas chavas piernudas y salvajes... Puro cachondeo, para variar. Pero al escuchar algunas rolas de Jaime López, sobre todo esa especie de rap cacofónico tan original entonces y tan característico de su estilo, supuse que podría tratarse del paradigma que mi papá balbucía y confundía con sus propias calenturas. Así que escribí algunas letras rítmicas, también cacofónicas. Por ejemplo: "Soy burgués / muy burgués / del derecho y del revés / porque me viene de casta / Soy burgués / tan burgués / que hago todo con los pies / pues la mano se me gasta". Y algo que, a petición de Valentín, sería como Los americanos, de Alberto Cortez, por el tono irónico. El resultado fue Las damas de sociedad, efectivamente influida por Cortez, pero más por el sarcasmo social de Nacha Guevara.

Cuando la letra de Las Damas... tuvo música por fin, después de mucho anunciarla, mi papá empuñó la guitarra y se dispuso a cantar, pero antes empezó un pleito interminable con su otro hijo y, siempre que había oportunidad de tocar aquella canción, se peleaba con ese personaje. Así pasaron años y lustros, quizás décadas, sin que yo conociera la música de: "Las damas de sociedad / toman café con galletas / recordando a los poetas / de su antigua pubertad".

Hace relativamente poco, dos mujeres que, en su momento, cantaron con Los Hermanos Rincón, le propusieron a Valentín grabar sus canciones para adultos. En la recopilación, resultó que la música de Las damas... se había perdido, así que mi papá volvió a componerla y me dio una versión desafinada y sucia, como para que yo imaginara una música que, en realidad, no existía; tan mal hecho todo que para mí es como si aquella letra no tuviera música todavía.

Al parecer, es un sino maldito, porque también el otro hijo de mi padre salió una vez con que le había puesto música a uno de mis "poemas" (uno que rima el nombre de Melisa con su risa), y en la grabación se escuchaban unas carcajadas reverberantes, como de manicomio, entre puro ruido, como de pesadilla defeña o, peor aún, acapulqueña... Una marihuanada, pues.

Lo que sí funcionó, incluso en términos financieros, fue un trabajo que hicimos para que se difundiera en los mercados sobre ruedas con el tema de las propiedades alimenticias, entre otras cosas, de las leguminosas; canciones que no he escuchado en dos décadas o más y espero no hacerlo nunca jamás, porque se me caería la cara de vergüenza y la máscara que tengo debajo.

Antes o después de aquella experiencia, intenté escribir una letra parecida a De cartón piedra, de Serrat. Se llamaba Hombre de papel y, como soñar no cuesta nada, pretendía que la música fuera del mismísimo Nano... ¡Juar, juar, juar!

En fin. Esa ha sido mi carrera de compositor. Menos obras que sobras. Más tentativas que crímenes imperfectos, pero consumados. Por eso mejor me dedico a la crítica de todo lo existente.

[] Iván Rincón 8:46 AM

Abril 15 de 2008

Este es el perfil que escribí para hi5, red a la que me sumé invitado por Nayeli Nesme. Perfil. Así llaman ahora a la exposición de filias y fobias personales, la aproximación autobiográfica, así no pase del anecdotario. Por su extensión, en este caso, más que un ejercicio de memoria, parece un desahogo de obsesividad ególatra, escrito con impulso acumulado y compulsión patológica, y que lo hubiera escrito para este blog por ser un lugar más propicio que hi5, donde se requiere de una capacidad de síntesis que nunca he tenido ni tendré jamás. Lo repito aquí porque en hi5 voy a reducirlo a su mínima expresión, a saber cómo, una vez corregido y aumentado hasta decir basta, por favor, ¡ya no, ya no!

Música favorita

Soy un admirador fanático de Joan Manuel Serrat. Cantares llegó a ser lo máximo para mi gusto durante mucho tiempo. Su letra y la de Mediterráneo fueron objeto inclusive de estudio. De Cantares, la mejor versión es la que tocó una orquesta sinfónica para un anuncio comercial de Pedro Domecq hace más de veinte años. Ana Belén se acopla mejor que nadie con Serrat, y la versión de Mediterráneo que interpretan juntos en un concierto es apoteósica, supera a las demás por su intensidad. En cuanto a disco en su conjunto, Mediterráneo había mejorado mi vida cuando descubrí Per al meu amic, experiencia que resultó apasionante.

Después de Serrat o al mismo tiempo, mis predilect@s son Joaquín Sabina, Silvio Rodríguez, Patxi Andión, Luis Eduardo Auté, Alfredo Zitarrosa, Jaime López, El Personal, Les Luthiers, Madredeus, Vaya con Dios, Tracy Chapman... ¡The Beatles, por supuesto! Como intérpretes, Elvis Presley, Joan Báez, Mercedes Sosa, Óscar Chávez, Inti Illimani, Soledad Bravo, Jaramar... El propio Serrat (ni modo, todos los caminos me llevan de regreso al Noi de Poble Sec) canta la mejor canción de Auté en su versión más íntima: De alguna manera. Un fragmento de esa canción estuvo grabado en mi contestadora telefónica ("Las horas de piedra parecen cansarse", cantaba Serrat, luego de unas notas de piano), antes o después de La historia de las sillas, de Silvio: "El que tenga una canción tendrá tormenta / el que tenga compañía, soledad".

De Pablo Milanés me quedo con los lugares comunes: Para vivir, El breve espacio, Yolanda... Desde luego, Yo pisaré las calles nuevamente, de preferencia en su versión serratiana (ni modo...).

Otras imprescindibles han sido: Como la cigarra, de María Elena Walsh, Nada saben de ti, de Horacio Guarany, Sapo cancionero y Nochera, de Los Chalchaleros... Digamos que si la zamba argentina es un género musical, en alguna época fue mi favorito.

También Andaluces de Jaén, poema de Miguel Hernández (Aceituneros, es el título original), y La poesía es un arma cargada de futuro, de Gabriel Celaya, ambas con música de Paco Ibáñez; Créeme, de Vicente Feliú, Sal a caminar, de Roy Brown, Cristo de Palacaguina, de Carlos Mejía Godoy, Chiquillada ("Pantalón cortito"), de José Carbajal...

El caracol, de Gustavo López, Xquenda y Ra Bacheeza, de Manuel Reyes, Petrona de Nezaguete, de Juan Jiménez, La Tortuga, son tradicional... El zapoteco del Istmo oaxaqueño -la lengua nube- es música de por sí.

Óscar Chávez y Mercedes Sosa cantan piezas muy representativas del folclor latinoamericano (Gracias a la vida, de Violeta Parra, es el punto de encuentro) que fueron y siguen siendo fundamentales para mí. Inti Illimani reúne muchas otras, aunque solo chilenas, creo (¿cómo olvidar a Víctor Jara?).

Hasta siempre, de Carlos Puebla, Macondo, de Daniel Camino Diez "Canseco", La niña de Guatemala, poema de José Martí con música de Óscar Chávez, Nunca jamás, de Óscar Chávez, Perdón, de Pedro Flores, y Cinco balas más, de Pablo Gallinazus, entre muchas otras, son piezas inolvidables gracias al canto de Óscar Chávez.

Mi favorita en la voz de Mercedes Sosa es Duerme negrito, canción popular según la versión de Atahualpa Yupanqui (otro autor fundamental). En segundo lugar, Todo cambia, de Julio Numhauser, Solo le pido a Dios, de León Gieco, y Como la cigarra, entre otras.

La llamada "canción de protesta" (generalmente por gente ignorante y reaccionaria) fue una compañera insustituible. Las casas de cartón, de Alí Primera, por ejemplo, recuperó su lugar en la memoria con la película de Mandoki (Voces inocentes, 2005), aunque bastaba con volver a ver Los olvidados, de Buñuel, o Feos, sucios y malos, de Scola, o Ciudad de Dios, de Meirelles, o cualquier ventana de ocasión a la villa miseria, el cantegril, la favela... Después hablamos de cine, que tiene relación con la música, tanto como la poesía. Por lo pronto, dos películas han sido importantes nada más por su música en una época de mi vida: Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, y La Misión, de Roland Joffe, con música de Ennio Morricone en ambos casos.

Ahora soy menos melómano, pero vuelvo a emocionarme casi hasta las lágrimas cuando escucho -y veo, además- a los «dos pájaros de un tiro», sobre todo porque la voz de Sabina está para llorar.

Por razones familiares, crecí escuchando a Los Hermanos Rincón, a Cri Cri, a María Elena Walsh en su faceta infantil... En la adolescencia idolatré a Pat Benatar, a Fleetwood Mac, especialmente a su vocalista Stevie Nicks.

Sin autores o intérpretes en particular (salvo quizás Majalia Jackson, Aretha Franklin, Koko Taylor, Ray Charles), me gusta casi todo lo que sea blues, gospel, soul y jazz.

Menciono las canciones y los autores que han pasado la prueba del añejo, pues hay cosas que me gustaron en su momento y después me disgustaron o las olvidé. Otras no las menciono por vergüenza. Si acaso, Alberto Cortez, Charles Aznavour (mientras no cante en inglés) y Nacha Guevara. La vergüenza después serán las omisiones de nombres imprescindibles y piezas raras o curiosas del rompecabezas que llamamos memoria.

En fin. Me gusta la música en general, en el entendido de que la música basura no es música, es basura. Juan Gabriel, por ejemplo, no es compositor, mucho menos cantante, ni siquiera persona (es una pesadilla). La llamada música industrial es tan embrutecedora como el ruido que hace una planta de luz eléctrica, con la diferencia de que esta última sirve para algo. El minimalismo y una gotera son lo mismo. En este sentido, me declaro la antítesis de Selma Jezkova, el personaje de Bailar en la oscuridad, de Lars von Trier.

Mejor hablemos de cine, ahora sí...

Películas favoritas

Julia, de Fred Zinnemann, El inquilino, de Roman Polanski, Nosferatu, de Werner Herzog, Satiricón, de Federico Fellini, Blade Runner, de Ridley Scott, La balada de Narayama, de Shohei Umamura, Adiós a mi concubina, de Chen Kaige, El tigre y el dragón, de Ang Lee, El Padrino y El Padrino II, de Francis Ford Coppola.

Este es mi decálogo personal, que no ha cambiado desde El tigre y el dragón (siete años), aunque podría cambiar las dos de Coppola por Apocalipsis ahora, con tal de que no se repita ningún director, y en tal caso habría espacio para otro título, que podría ser Mi vida como perro, de Lasse Hallström, o Las tortugas pueden volar, de Bahman Ghobadi. Entonces estaría más equilibrado, sobre todo con una película árabe junto a tres orientales de países distintos y distintas décadas.

La principal es Julia, sin lugar a dudas, pero el orden de las demás puede variar según los estados de ánimo. Julia es además una de las que más veces he visto (alrededor de treinta). Otras son El planeta de los simios, de Franklin J. Schaffner, y Operación Dragón.

El planeta de los simios era lo máximo en mi niñez, junto con Ben Hur, de William Wyler, también con Sharlton Heston. A reserva de volver a verlas, creo que agregaría estas dos películas a una lista de cien, junto con Bajo el planeta de los simios, de Ted Post, por ser complementaria.

En una lista de cien incluiría las tres de Coppola y They Shoot Horses, Don't They?, de Sydney Pollack, Mulholland Drive, de David Linch, Spider, de David Cronemberg, El maquinista, de Brad Anderson, y quizás Repulsión, de Polanski, para complementar con El inquilino y completar una antología personal de psicodrama o drama psicológico. La de Pollack haría conjunto a la de Zinnemann por tratarse de la mejor actuación de Jane Fonda, en un caso, y la mejor película de todas, en el otro.

Además: La vida de Bryan, de Monty Python, Brazil, de Terry Williams, El tambor de hojalata, de Volker Schlöndorff, La Naranja Mecánica, de Stanley Kubrick, Taxi Driver, de Martin Scorsese, The Silence of the Lambs, de Jonathan Demme, The Crow, de Alex Proyax, Amor eterno, de Jean-Pierre Jeunet, Los niños del fin del mundo, de Marziyeh Meshkini, El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, La vida en rosa, de Olivier Dahan...

Y algunos clásicos del cine mudo, como El acorazado Potemkin, de Eisenstein, La quimera del oro y Tiempos modernos, de Chaplin, Nosferatu, de Murnau... Vampiro, de Dreyer, está entre el cine mudo y el sonoro.

Del cine en blanco y negro, pero sonoro: El jorobado de Nuestra Señora de París, de William Dieterle (también fue una de mis favoritas en la juventud), Juegos prohibidos, de Rene Clement, Fenómenos, de Browning...

Muchas de Kurosawa y por lo menos diez de Bueñuel (a la isla desierta me llevaría también las que no he visto).

Musicales: Oliver Twis, de David Lean, All That Jazz, de Bob Fosse, y Chicago, de Rob Marshall...

Mexicanas: Mezcal, de Ignacio Ortiz... Todo el cine mexicano de la «época de oro» lo dejaría para el final, a ver si cabe, y empezaría con El rey del barrio (Tin Tan), de Gilberto Martínez Solares, y Una familia de tantas, de Alejandro Galindo.

En cuanto a actores y actrices, la mejor del siglo pasado es Jane Fonda. Actuales, Zhang Ziyi es la mejor del mundo, y Naomi Watts, la mejor de Hollywood. Hombres, quizás Viggo Mortensen.

Por último, no puedo dejar de deplorar que la Cineteca Nacional, en vez de ser el mejor lugar para ver cine en México, esté simplemente postrada por la imbecilidad inerte, al amparo de la infección parasitaria que usurpa el poder en este país.

Programas de TV favoritos

No veo televisión desde hace años ni tengo televisor.

Del tiempo que perdí viendo basura inmunda, estulticia de la peor especie y deshonestidad impune, que abunda en ese medio de incomunicación porque es su materia prima, recuerdo algunas cosas rescatables. Hubo una temporada, por ejemplo, en que me propuse ver la mayor cantidad posible de cine, sobre todo en canal once... En mis días de ocio mejor organizado, logré ver en promedio unas quince películas a la semana.

De las llamadas miniseries (grandes producciones cinematográficas para televisión), hay una que me ha dado por recordar obsesivamente, acaso por ser la última antes de mi ruptura o porque resultó memorable: Las mujeres de Búfalo. En segundo lugar, algunas de épocas anteriores, como Raíces, que me dejaban de tarea en la secundaria, pero yo veía por gusto.

Los Intocables es el clásico por excelencia de la televisión, y siempre acaricié la idea de tener completa la serie. Otras reliquias de colección son Los locos Adams y La familia Monster... ¡y vaya personajes!

En su momento, me entusiasmaba también El avispón verde, con tal de ver a Bruce Lee en acción (siempre que no se mezclara con Batman y Robin). Y aunque no eran la gran cosa, igual me divertía con El agente de CIPOL y El súper agente 86.

Después de "Los untóchables", las series policíacas de mi preferencia fueron El precio del deber y, años atrás, Columbo. Más recientemente, Los guardaespaldas, cuando me atraía también aquel programa infantil sobre una escuela de brujas... no recuerdo su nombre.

De niño, estimulaba el miedo morbosamente y con singular masoquismo viendo Galería nocturna, del que recuerdo un capítulo traumático acerca de una mujer que echaba raíces en un sillón. Fue horrible, horrible...

Pero si hay personajes que ahora echo de menos son el inspector Clouseau y el sargento Dodó, en ese otro gran clásico de la televisión, aunque su origen haya sido el cine: La panera rosa... mientras fue muda, como suelen ser las mejores panteras.

Por lo demás, salvo dos o tres documentales que me enriquecieron y dos o tres anuncios comerciales que me seducían, si algo ha sido la televisión para mí es una cantidad avasallante de miseria. Por más tiempo que ocupe uno en escribir sus nostalgias, la generalidad en este caso siempre será una pérdida.

Finalmente, hace más de cuatro años decidí que la caja idiota era prescindible y no me equivoqué.

Libros favoritos

Estoy leyendo por tercera vez Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, en la pomposa edición de la Real Academia Española, con 130 páginas de paja que hacen del libro un tabique, 130 páginas de pedantería soporífera, disertaciones inútiles, que los editores debieron publicar aparte, como un libro sobre la novela, en el que participaran los mismos intelectuales oportunistas y otros que se hayan quedado fuera. Después de leer esas 130 páginas innecesarias, lo necesario es un receso y leer otras cosas, muy otras, para desintoxicarse de tanta bazofia introductoria que si acaso logra algo es alejar al lector de la novela, esta gran obra que, sin temor a exagerar, ha sido la más importante en mi vida, la que mayor influencia ha ejercido. Estoy por terminarla, pero cuando resiento el cansancio de las manos y los antebrazos deseo arrancar las páginas sobrantes para aligerar físicamente la carga y liberar de ese fardo a la cumbre de la literatura latinoamericana, y aprender algo de ella, en vez de aborrecer a tanto fanfarrón que nunca deja pasar la oportunidad de exhibir su ignorancia, su estulticia y su falta de respeto a la cultura, el talento y la sensibilidad, en tribunas tan importantes como La Jornada, que tuvo un papel sorprendentemente lamentable en el triple aniversario del autor y su carrera y su obra maestra.

La primera vez leí el libro en una vieja edición sin ornamentos durante diez días que me alcanzaron incluso para escribir algunas notas y un vocabulario. La segunda vez lo hice en dos meses. Y esta vez he perdido la cuenta del tiempo que llevo en lectura, receso, relectura... ¿Estaré haciéndome viejo?

El primer libro completo que leí en mi vida también es de García Márquez: Relato de un náufrago, al que siguió Crónica de una muerte anunciada. Antes había leído pininos ilustrados como los de Ríus y cosas con títulos tan rimbombantes como pretendidamente científicos. Psicoanálisis transaccional para niños, por ejemplo.

Algunos que he leído más de una vez son: Pedro Páramo y El llano en llamas, de Rulfo, El Aleph, de Borges, Drácula, de Stoker, Los once de la tribu, de Juan Villoro, Mujeres de maíz, de Guiomar Rovira, así como las antologías de Federico García Lorca, Miguel Hernández, León Felipe y Edgar Allan Poe, entre otros. De Antonio Machado leí de ida y vuelta sus Obras Completas.

Los libros que más pasión despertaron en su momento son Diez días que estremecieron al mundo, de John Reed, y Mi vida, de León Trotski. El que más tiempo he tardado en leer es El laberinto de la soledad, de Octavio Paz; en segundo lugar, Lestat, el vampiro, de Anne Rice. El más "sudado", es decir, el más llevado y traído, es El planeta de los simios, de Pierre Boulle, quizá el primero que tuve y nunca leí. Después, Rayuela, de Cortázar, que entraba y salía del supermercado sin que nadie me dijera nada, y se quedaba a veces en los restaurantes.

Muchos de mis libros están embodegados desde hace ocho años, y entre ellos hay uno al que materialmente considero el mayor tesoro. Verso a verso, de Serrat, es un cancionero hasta entonces completo que trajo mi madre de Cataluña cuando el autor de las piezas tenía la edad que yo tengo ahora. El valor de ese libro es múltiple, tanto por la calidad de la edición y el contenido (incluye textos de Manuel Vázquez Montalbán y otros) como por tratarse de un "incunable", que espero volver a tener en las manos un día de estos para verlo, tocarlo, olerlo y darle un beso... después de limpiarlo, por supuesto.

Cita favorita

Las mejores citas son las que ocurren sin pérdidas de tiempo, y para eso son las casas de citas, si no me equivoco... En realidad, mi cita favorita es la de hoy para organizar un acto vandálico en la Cineteca Nacional. ¡Y de ahí nos vamos a Palacio, camaradas!

[] Iván Rincón 3:56 AM

Marzo 10 de 2008

El martes pasado fui a ver Los albañiles, de Jorge Fons, en la sala seis de la Cineteca Nacional. Como suele ocurrir, el sonido era de pésima calidad y estaba tan fuerte que tuve que taparme los oídos de principio a fin. Además toleré que un tarado se riera a carcajadas y aplaudiera al mismo tiempo. Detrás de mí, dos parejas pateaban los asientos como desquiciados. A mitad de la función, uno de ellos se puso a platicar con singular confianza (como en una cantina, en medio del escándalo), hasta que troné; entonces guardó silencio y se quedó quieto.

Al terminar la película, había tres botes de cerveza, uno en cada asiento, algo nunca visto hasta hoy, al menos por mí. Alguien había dejado el programa del mes y otro folleto, quizá el oligofrénico de las carcajadas y los aplausos. Entró un policía y le pregunté si ya se permitía beber cerveza en las salas, a lo que respondió que no, pero que la gente lo hacía de todos modos; que una vez metieron cuatro caguamas en una bolsa y dejaron las botellas en la sala.

El policía me informó también que, al parecer, el área de no fumar, una especie de antesala en donde tenían lugar las llamadas "charlas de café", sería rentada (obviamente, a una empresa privada) para hacer de ese espacio un bar, lo que me hace sospechar -ingenuo como soy- que la Cineteca Nacional será privatizada gradualmente. ¿Y por qué no? Si los golpistas a nivel nacional pretenden hacer del estado de excepción en Oaxaca la regla general en México para lucrar con el petróleo, principalmente, ¿por qué no habrían de convertir este recinto institucional en otro Manacar sus secuestradores actuales? En muchos aspectos ya lo hicieron, pero con "video digital" (eufemismo técnico de formato en desuso), al cabo quién distingue entre alimento de calidad para el espíritu y una vil agresión a los sentidos.

Hablaba yo con el policía cuando salió el proyeccionista y le dije: "Oye, mano, ¿qué tiene que ocurrir para que te des cuenta de que el sonido lastima los oídos?". Así comenzó un lamentable desencuentro. Entre otras sandeces ofensivas, el cácaro balbuceó que la película era muy vieja y por eso había que poner el sonido muy fuerte, que yo no podía decirle cómo hacer su trabajo, que tal vez me había sentado junto a los que bebían cerveza y por eso estaba molesto, que ellos me habían molestado. "¿A poco a usted le revisan la mochila? Voy a acusarlo con mi jefe para que ya no lo dejen entrar". Y, aunque había terminado su jornada, intentó cerrar su caudal de incoherencia demencial y deshonesta con la siguiente frase: "y no voy a seguir perdiendo tiempo, hablando con usted", a lo cual contesté: "Vete a la verga, pendejo" Entonces enloqueció más o, como dice mi pueblo, se exaltó "su de por sí".

Además de exigir que haga bien su trabajo (quizá en un cine porno), puedo asegurar públicamente que si un médico imparcial revisara los oídos de este fulano comprobaría que los privatizadores en ciernes tienen empleados incompetentes (así les han de salir más baratos), sin las mínimas facultades que requiere, entre otras cosas, proyectar una película. A las pruebas me remito, inclusive para medir el coeficiente mental de esta gente, mientras descubro que sus ojos -extensiones del cerebro, por cierto- tampoco funcionan del todo bien en estos casos (1).

Por lo pronto, mi error de hablar con un microcéfalo confirma que los proyeccionistas son de un nivel inferior al de los policías y el personal de limpieza, y por eso ocurre lo que ocurre, pero también por el bajo nivel de los altos mandos. El hecho de que su director general, por mencionar un ejemplo, culpe de la disminución cuantitativa del público a un camión de naranjas, explica la disminución cualitativa del público. El hecho de que el mismo personaje, por mencionar otro ejemplo, promueva sus libros con recursos de la Cineteca Nacional, o lo hagan sus empleados, habla de la ética y la honestidad que, además de talento, faltan aquí.

El hecho de que haya un buzón de "quejas y sugerencias" para los empleados y no para el público es tan significativo como grotesco. Así los cácaros pueden quejarse de quienes les reclamen y sugerir que ya no los dejen entrar, y yo puedo quejarme de ellos y sugerir que, a partir de ahora, llamemos ácaros a los cácaros, por haber envilecido este noble oficio, tanto como sus jefes.

Si yo no demandara que se vayan todos, empezando por el pésimo crítico de cine y burócrata peor, Leonardo García Tsao, le preguntaría al "subdirector de operación de salas", Ernesto Favela Escalante: "¿Cuánto tiempo tiene usted trabajando aquí? ¿No será momento de retirarse ya? Si usted es el principal responsable de que los proyeccionistas sean literalmente unos descerebrados, quizá la solución sea que usted se vaya".

¿Qué será más fácil: prohibirme la entrada o echar de este lugar a los maestros del autosabotaje, la deshonra, la soberbia, la prepotencia y la estulticia infrahumana o estupidez rayana con la demencia? ¿Será tan difícil de entender que la Cineteca Nacional es mía, más que de ellos? Tarde o temprano, terminarán haciéndolo, porque al caminar de regreso a donde ahora escribo este coraje, decidí llevarlo hasta sus últimas consecuencias.

[] Iván Rincón 21:17 PM

(1) Actualización al viernes 14 de marzo. Acabo de ver Promesas peligrosas, de Cronenberg. Como siempre sucede en las salas uno y dos, que son las más grandes, la proyección de la cinta estaba fuera de cuadro, además de verse oscura y escucharse mal. Al principio, la imagen era tan grande que hasta los subtítulos quedaban debajo de la pantalla. El cácaro ajustó el tamaño, pero dejó fuera una parte. Entonces salí y le dije a la mujer de la dulcería lo que estaba pasando, y ella a su vez le gritó al cácaro desde el pasillo: "¡Que está mal enfocada (sic) la película!", a lo que otro grito contestó: "¡Está bien, aquí la estoy viendo!" Y la imagen siguió fuera de cuadro hasta el final.

Fui a la Subdirección de Operación de Salas, reclamé y me dijeron que iban a corregir el asunto, así que volví a ver la película con la imagen... ¿cómo creen ustedes? A ver. ¡Adivinaron! Opaca y fuera de cuadro, sin el más mínimo cambio.

Ejemplos como este, abundan en el anecdotario.

[] Iván Rincón 27:69 FM

Lo que sigue es una carta que envié por distintas vías a distintas instancias del próximo video bar que todavía se llama Cineteca Nacional, carta que no ha respondido nadie, por supuesto, faltaba más. A riesgo de ser redundante, reiterativo hasta el aburrimiento, el cansansio y la náusea, demasiado insistente y todo eso, la publico para que la botella con mensaje de naúfrago no se quede flotando en el mar.

México, D.F. Miércoles 27 de febrero de 2008.

A quien corresponda:

Ayer vi la película Mi madre, de Christophe Honoré, en la sala seis a las nueve de la noche. Hacia el final (mutilado, por cierto), el nivel del sonido fue aumentando hasta lastimar los oídos. Como es tradición aquí, nadie hizo nada al respecto. Siempre ocurre algo por el estilo en esas salas (las tres que están juntas). Otras veces, la imagen se desenfoca a mitad de la película y empeora progresivamente hasta que acaba todo y los ojos descansan por fin. Esta vez la agresión fue para los oídos y para que uno se acostumbre a salir con dolor de cabeza. Cuando no defraudan al público con exhibiciones en DVD (sin extender la imagen a lo ancho, en el peor de los casos), lo ofenden con fallas técnicas que no son tolerables en ningún lado y de ningún modo, pero nadie nunca ofrece disculpas ni explicaciones, a menos que alguien las pida y le vean la cara de imbécil, cuando la imbecilidad que desgobierna la Cineteca Nacional parece hacerse una con la deshonestidad y la soberbia.

En general, es demasiado lo que hay que padecer cuando uno vuelve a este recinto. Para empezar, las películas siempre se proyectan opacas y oscuras, y a partir de ese hecho (que antes criticaba el director general en turno), los motivos de queja son innumerables, como para escribir un libro que nadie leería...

¿Por qué no se dedican mejor a otra cosa, digamos, a vender palomitas de maíz en buen estado, que no causen diarrea, o naranjas a buen precio en el eje vial, algo que no eche a perder el cine y respete a su público?

Esa es mi queja, y mi sugerencia es que se vayan todos de aquí, porque ya está visto que ni entre todos se hace uno que esté a la altura de lo que debería ser la Cineteca, porque les queda inmenso el paquete.

Atentamente, Iván Rincón Espríu

PD. Me permití dejar este mensaje en el buzón para "quejas y sugerencias" de los "empleados" porque no veo en ningún lado algo para que el público pueda hacer lo mismo. El mensaje lo dejé hoy a las 22:45 horas, después de ver Cobrador, de Paul Leduc, en la sala uno con la imagen más grande que la pantalla, o sea, con una pedazo proyectado en el muro, o sea, lo normal aquí.

[] Iván Rincón 21:17 PM

Marzo 5 de 2008

Ejercicio de intolerancia

A la información imprescindible que sistematiza y resume Arnoldo Kraus, hay que agregar que los fumadores son una minoría de imbéciles que creen tener derecho a chingar al resto de la humanidad nomás porque son imbéciles. Claro que eso no lo dice el doctor Kraus porque es un caballero, pero yo soy un barbaján... En resumen, el cigarro mata y los fumadores también (no solo las tabacaleras, que denuncia don Arnoldo y, en efecto, son éticamente comparables con cualquier otro ramo del tráfico de muerte, como el de órganos humanos, armas o drogas ilegales -que no por ser ilegales hacen más daño que el tabaco-, negocios generalmente relacionados con el genocidio, el ecocidio, el saqueo de recursos naturales, la trata de negros y blancas, la pederastia y otras formas de esclavitud, a su vez ligados con el poder político-policiaco-militar). En otras palabras, el cigarro es un arma y los fumadores son asesinos. Punto.

Sigan fumando, bola de pendejos (perdón, quise decir débiles mentales y sin voluntad), pero primero lean el artículo de Arnoldo Kraus y la nota de La Jornada, o el medio de su preferencia, sobre la nueva ley al respecto. Personalmente, yo preferiría matar en defensa propia y de manera expedita a los fumadores. Eso sería molto boñito.

[] Iván Rincón 20:22 PM

Marzo 3 de 2008

Esperpento de pesadilla, monstruo abominable, bestia con distrofia, mi vecina camina como si aplastara cucarachas, o sea, seres de su especie, pero en miniatura, y cada paso suyo, cada pisotón, cimbra el edificio, hace ladrar a los perros histéricamente y volar a las palomas despavoridas. Horrible criatura, espantoso engendro, repulsivo adefesio de indescriptible fealdad, tan aberrante como la ley Televisa o la reforma perjudicial, más conocida como ley Gestapo, su inflamación abdominal es un golpe a los ojos, sus ojos de ojeroso pejesapo son asomos de monstruosidad también interna. Lesbiana ella, marica su hermano, invierten los papeles en el incesto, y ambos azotan la puerta de su agujero cada vez que salen, y la del zaguán cinco veces consecutivas, porque nunca cierra a la primera y ellos tienen mucha prisa, tanta que siempre olvidan algo, regresan y azotan la puerta de nuevo y el zaguán otras cinco veces, cuando estoy escribiendo, leyendo o tratando de dormir y no encuentro una vía serena para explicarles que me agreden y tengo derecho a responder sus agresiones con la misma violencia, pero a mi manera y acumulada, sumada, multiplicada, con ira consciente de su destrucción. Causa y efecto.

Qué bonito sería matarlos a patadas como ratas, o aplastarlos como cucarachas, o reventarlos como sapos contra los pasillos o las escaleras del edificio, ya que los pasillos y las escaleras no devuelven los pisotones, y las puertas no contestan los golpes. Ah, cuán hermoso habría de ser que yo pudiera responder con mi propio veneno el de los vecinos putrefactos y podridos que avientan por la ventana su putrefacción y podredumbre cotidianamente, hijos de su pútrida madre, para que mueran lentamente, aunque no tan lento como yo. Sería muy lindo que la gente sintiera dolor cada vez que hace daño a alguien. Causa y efecto, dije.

Ojalá hubiera una ley que permitiera el allanamiento de morada -balacera mediante- para hacer justicia por propia mano sin necesidad de juez ni policía contra las hordas que no piensan en los demás o, mejor dicho, no piensan. Ojalá que una reforma constitucional proscribiera a los fumadores y a todos los que, desde su fábrica de pestilencia y ruido, llámese guarida, oficina, casa o departamento, contaminan el aire de todos, ya sea con humo, amoniaco o cloro, thinner y pintura, gasolina, gas, basura a la intemperie y su respectiva concurrencia de bichos, y saturan el ambiente con "música" estridente y gritería demencial, o atacan en la calle al resto del mundo con las emanaciones tóxicas y el estruendo de motores, cláxones y alarmas de sus carros, o las heces de sus perros, los ladridos de sus perros, las mordidas de sus perros, o sea, la puesta en práctica de su aprendizaje.

Ojalá hubiera un castigo divino para esperpénticos fenómenos como el que tengo por vecina por el pecado irredimible y mortal de existir. Ojalá existiera la justicia para que hiciera sufrir desde artritis o migraña, un simple dolor de muelas o almorranas, hasta la muerte más cruel, tanto a quienes golpean y les gritan a sus hijos como a quienes ordenan la destrucción de una civilización entera; tanto a los conductores que invaden el paso de los peatones como a los terroristas de Estado; tanto a quienes traicionan la confianza personal como a los que apuñalan por la espalda los procesos de paz (llámense Álvaro Uribe o Ernesto Zedillo), o usurpan el gobierno y se roban la nación, entregan el poder a la policía y el ejército, se alían con el crimen organizado, reforman la Constitución y las leyes para su beneficio particular en detrimento del pueblo... los que no hacen más que daño, desde mis vecinos y las "autoridades" que están arrasando con los árboles, hasta la familia Bush y su mafia internacional de lacayos.

Ojalá fuera yo el personaje interpretado por Richard Burton en El toque de Medusa (1978), de Jack Gold, para que mi odio castigara a quienes castigo merecen, a través de telequinesis. Qué bonito sería empezar con los que me obligan a respirar su veneno y la bestia con distrofia que patea el piso y avienta la puerta y el cancel cada vez que sale, o pone su televisor a todo volumen cuando no sale. ¡Muéranse ya, pinches alimañas!, les gritaría yo, y las alimañas se aventarían por la ventana o pasarían el filo de un cuchillo por su cuello o se meterían un tiro por la boca o tragarían de golpe las treinta pastillas que contiene una caja de Halcion y las bajarían por su garganta con grandes tragos de alcohol sin agua ni hielo, ni jugo ni otro refresco. ¿Verdad que sería muy lindo? Ah, ojalá fuera posible la utopía de la soledad.

¡Ojalá los mataran a todos antes de nacer!

PD. Lo del incesto, obviamente, lo dije nomás por chingar. En realidad, se trata más bien de un caso en que la virginidad rebasa los cincuenta años y la animalidad mi tolerancia.

[] Iván Rincón 10:49 PM